martes, 3 de mayo de 2011

Alzheimer

Oigo el silencio. Una leve brisa en la nuca: la ventana está abierta, de par en par. El ruido de las miles de hojas y de las ramas, chocando unas con otras sin cesar, a merced del viento, y el del hierro oxidado de un viejo columpio abandonado, ya sin niños para jugar, reír y llorar, se oye por detrás, incitándonos a tener miedo, como si de una película de terror se tratara y tuviéramos que ir y cruzar la espesa niebla, mientras la lluvia cae sobre nosotros, y llamar a gritos a alguien sabiendo que vamos a morir tarde o temprano, y que jamás le encontraremos, aunque guardemos la esperanza hasta el final. Pero nosotros estamos quietos, en silencio, procurando no hacer ruido, aguantando la respiración y las ganas de toser. Nuestros ojos se cruzan, buscando una respuesta o algo que decir. Finalmente bajamos la mirada y pasamos a la siguiente foto, dejando la otra atrás, en el cajón, donde las demás, con el entusiasmo de ver algo nuevo, viejo, a flor de piel.

-Esa no se quien es.
-Soy yo.
-Tú no se quién eres.

Volvemos a sentir el silencio... y entonces empieza a llorar. Una a una las gotas rocían su rostro, dulce y suavemente, dejándole un sabor amargo en la boca. Los ojos se tornan rojos, y sale de la habitación de forma paulatina.
Me duelen las rodillas. Necesito cambiar de postura, pero no lo hago. Me encuentro inmóvil, mirando la foto, tratando de comprender por qué... por qué... cómo puede llegar alguien a un estado así, perder la cabeza, olvidar tantas cosas, y cada vez más, no reconocer ni tiempo ni lugar ni personas, dejar atrás una historia, borrarla de la mente, aunque sea algo que muchas veces hayamos deseado, a pesar de que el mundo sigue girando y los demás seguimos insistiendo, impulsados por el mismo vacío y la misma oscuridad... y entonces lo entendí: el Alzheimer no es olvidar a una hija, ni dejar de reconocer lugares o personas, sino perder a una madre... Ser la hija de nadie, de alguien cuyo cuerpo está presente, pero cuya mente se esfuma lenta y dolorosamente, sin cesar, con pausas lúcidas... hasta que no queda nada... hasta que el dolor pasa a ser paz.

1 comentario:

  1. Dura enfermedad, que los que mas la padecen son los que están día día con esa persona. Te hace sentir impotente porque es igual que intentar retener el agua entre las manos, al final siempre acaba colándose entre tus dedos. Como dices se borra todo lo que un día fue esa persona, todo absolutamente todo. Deja de lado aquello por lo que un día lucho y lo peor es que no se acuerda de ello. Es una enfermedad que solo saben las consecuencias los que viven con esas personas. Ánimo es lo que se puede decir.

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