Chōjin

En algún lugar del mundo, en medio del capitalismo, que se cogía de la mano del consumismo, y de la posesión, y de la superioridad racial, ambas tirando de la correa de la pobreza, existía un templo en lo alto de un monte.

Allí no había religión, sólo paz, y una simple orden que la proporcionaba: cada cual hacía lo que quería consigo mismo. Habían tanto hombres como mujeres, y de todas las edades. Todo era silencio. El largo camino de subida, formado mayoritariamente por escaleras, era un gran obstáculo para visitantes desinteresados, pero esa era la primera prueba. La segunda consistía en aceptar la orden, y en cumplirla. Todo el mundo meditaba, buscaba la paz a su manera, cantaba, leía, interpretaba, mantenía relaciones sexuales... cada edificio era especial, y un mundo. Tenían sus propios huertos, y nunca les faltaba de nada, porque no buscaban lo que necesitaban. Y allí, en este templo que cobraba forma de aldea, pero una "libre", se encontraba Chōjin.

Era... bueno, ni él recordaba si era de Ecuador o de Guinea, había llegado allí cuando aún llevaba pañales, sin padres, sin saber cómo, pero con razones para vivir y motivos por los que luchar. Su pasión era la música, y siempre había rechazado la violencia, el odio y el racismo. Nunca quiso destacar sobre el resto, y acostumbraba a decir que él no era el único, no obstante los acontecimientos de su vida le llevaron a ser alguien importante dentro del templo. Pero él se conformaba con ser quien era y seguir teniendo la vida que tenía, una vida placentera, de ensueño, sin dolor, sin penas. Una vida feliz.

Un buen día, la guerra estalló. En el mundo de los transeúntes todo se sumió en el caos. Soldados de todas partes reclutaban hasta al más débil, incluso mujeres y niños... todo servía en la guerra, los peones serían lanzados a la muerte, sin más que una plancha de madera como arma y defensa, contra otros ejércitos. El petroleo escasea, los polos se derriten y diversas catástrofes nucleares han devastado zonas en las que ya no se puede vivir... es todo lo que importa. El lema resonaba hasta allí arriba. "Si no luchas por la supervivencia, morirás por ella, pues no habrá ser vivo que fuerte no sea" se oía, una y otra vez. Y llegaron. Los helicópteros arrasaron con todo.

Chōjin cantaba, rodeado de soldados que quemaban todo lo que para él había sido su mundo. Todo era como en una película, a velocidad muy lenta, saltando en mil pedazos todo lo de su alrededor, y por encima un helicóptero, con la metralleta disparando balas de acero sin cesar. El cantaba, y lloraba. Los gritos y las bombas le dejaron sordo, y entonces alguien le golpeó por detrás con un fusil. Se golpeó las rodillas contra el suelo y calló de bruces. Todo se volvió oscuro.

Cuando despertó no era capaz de ver nada más que manchas en sus ojos, tierra nublando el cielo, sangre por todas partes. Se fue levantando poco a poco. Oía fuertes motores que iban y venían por encima suya, y cada vez que se acercaba aquel sonido la gente que descubría cerca suya gritaba despavorida, se abrazaban, lloraban, cerraban los ojos, y caían bajo un manto de dolor, sangre y putrefacción. Quería despertar, estar en su cama de plumas, abrazado a su almohada forrada de seda fina, en su habitación perfumada, cantar al despertar y creer que ese día iba a ser mejor, si cabía tal posibilidad. Abrió de nuevo los ojos, ya se pudo poner de pie justo cuando la lancha en la que iba tocó tierra. La puerta cedió, y un hombre grande blasfemaba señalando el campo de batalla. Cientos de balas rozaban su dolorido cuerpo mientras avanzaba entre los cadáveres, hacia delante, sin saber a dónde, clavando sus pies en la fina arena de la playa. Algunos iban en otro sentido, pero el hombre grande los asesinaba, "¡huir no es una alternativa, sobrevivir es vuestra única elección!", gritaba. Ya no lo escuchaba. Llegó a un parapeto. Allí un hombre con casco y armadura militar les entregaba un rifle cada dos o tres personas: "¡permaneced junto al compañero que tiene el rifle; cuando éste muera, cogedlo vosotros!". A Chōjin no le dieron ningún rifle, así que siguió a sus dos "compañeros".

A uno de ellos le desapareció una pierna tras la explosión de una bomba. La sangre le volvió a salpicar encima cuando trató de asistirle inútilmente. Murió en sus brazos. Quedó conmocionado, paralizado, sin voz, sin canción. Cuando se dio la vuelta, al otro le estaban quemando vivo con un lanzallamas mientras apretaba el gatillo de su arma, con lo que consiguió darle en el depósito de su espalda. Y hubo otra explosión. Pedazos de carne saltaron por los aires, aquel "compañero" bajaba rodando colina abajo aún en llamas, y Chōjin no respondía a los gritos. De repente, alguien le alzó, "lázaro" pensó él... era uno de esos hombres que sí estaban preparados, y que ahora le empujaba, usando su cuerpo como escudo. Pero alguien le tiró al suelo, era uno de esos encapuchados hacia los que se dirigían. Al instante tenía un machete en sus manos, y al otro instante lo llevaba el soldado incrustado en su cráneo. La sangre le salpicó al encapuchado, y éste se quitó la tela que le cubría el rostro, pues la sangre le asfixiaba. Chōjin vio su rostro.

No hacía mucho que lo conocía. Iba y venía, del pueblo al templo. No quería renunciar a todo, pero quería experimentar, vivir libre, pero con cadenas. Cuando le conoció aprendió mucho de él y del mundo de allí abajo. Y de Chōjin aprendió aquel hombre lo que era el amor, la paz y la felicidad. Aquel hombre se instaló poco después en el templo, pero cuando la guerra estalló, fue llamado a las filas de los primeros, y no pudo negarse. Le despidieron en el templo. Una gran ceremonia. Y ahora estaba allí, recuperando su machete del cadáver de aquel soldado. Chōjin gritó su nombre, pero aquel hombre no miraba a nadie, sólo trataba de sobrevivir. Todo sucedió muy deprisa, y cuando vio que se abalanzaba sobre él, gritando como se solía hacer en las grandes guerras, no dudó un sólo instante en recoger el rifle de su ex "compañero" incinerado, apuntar hacia él, y apretar el gatillo. La bala salió del cañón de aquel arma y atravesó el cuello de su amigo. Calló tras dar media voltereta hacia atrás. Tenía la garganta completamente perforada, no tuvo una sola oportunidad de sobrevivir. Los sonidos de la guerra seguían en el ambiente, en su cabeza. En sus ojos se podía ver reflejado el hedor que desprendía aquel lugar, el terror que sentía es indescriptible. Había matado a aquel hombre.

Nunca había hecho daño a nadie. Nunca... y él no buscó aquella situación. Chōjin seguía en su templo. Tenía ese cadáver entre sus brazos. Todo el mundo le miraba, acusándole, llorando. Otros reían. Él notaba la frescura tierna del césped. Una mariposa cruzó su mirada, y pudo sonreír. Se miró las manos, y visualizó de nuevo la sangre. En el cinturón de su amigo muerto encontró enganchada una granada. Su amigo fue la última cosa que abrazó, mientras la gente seguía gritando a su alrededor, el sonido de las armas seguía penetrando en sus oídos y la sangre fluía como el viento y la espuma del mar, y en medio de los dos cuerpos semi desnudos colocó aquel explosivo. Cerró los ojos... pronto todo llegaría a su fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario