Regreso a la memoria

"... y por la compra de dos unidades, ¡la tercera te la regalamos nosotros! MediaPark, no somos tontos." Uno detrás de otro... "Contrata Cadena + Liga y podrás ver todos los partidos de la liga a un cómodo precio de veinte u.m." Sin parar... "Vente a PotaPhone y te regalamos un móvil de última generación, ¡y las llamadas por las tardes a mitad de precio! ¡Para toda la vida! ¡Sólo por viente u.m. al mes!" Es horrible...

- ¿Qué te sucedió?

-Cambié...

No recuerdo del todo bien el día en que mi vida cambió. Recuerdo volver de la universidad. Era mi primer año. Andaba por las calles de una gran ciudad, entre bloques rectangulares, segmentados en cuadrados, en cajas. No sería capaz de contar con cuanta gente me cruzaba. Hombres, hombres ciegos, hombres cojos, mujeres, mujeres en sillas de rueda, mujeres gordas, niños, niños con padres, niños sin ellos, niñas, niñas presumidas, niñas-puta, como yo las acostumbraba a llamar, ancianos, perros... Y todos con el mismo objetivo, con la misma prisa, con la misma sencillez, en línea recta, sin pestañear, con la espalda curvada y bolsas... muchas bolsas, con nombres y colores, y de todos los tamaños. Miraba a mi izquierda, un centro comercial, una tienda de ropa, otra tienda de ropa, una panadería, un supermercado, una tienda de ropa, una heladería, otra tienda de ropa, otra, otra... Miro a mi derecha, un espejo. En medio, un suelo negro con rayas blancas, señalando por dónde deben ir las máquinas de contaminación. Y el ruido de los motores... ese ruido tan infernal me había producido ya muchas pesadillas por la noche. El camión de la basura tenía una trituradora, y yo no soy más que una caja. Levanté la mirada, y entre dos grandes edificios, que parecían rascar el cielo, una nube, dos, un cartel publicitario en lo alto de un edificio, otro, otro, una mujer casi desnuda, un avión... Bajé la mirada, creía que allí encontraría tranquilidad, cientos de pies, el sonido retrasado del avión, chicles pegados en el suelo, un pobre desgraciado pidiendo u.m. con un cartel mal escrito... El camino desde la universidad siempre ha sido largo.

Por fin llegué a casa. Abrí la puerta, "Hola mamá" y subí a mi cuarto, a mi santuario, mi caja. Miraba el techo, azul cielo, un cielo de tormenta. ¿Qué hora sería? Normalmente el proceso era el mismo: subía, me tumbaba en el cómodo colchón, cerraba los ojos y mi madre me llamaba histérica para bajar a comer. ¿Habría tardado menos de lo normal? No podía saberlo. El olor de la comida subía por las escaleras, se colaba por debajo de la puerta y llegaba hasta mi nariz. Al bajar me encontré con un soporte de madera sobre el cual había unas cuantas piezas de cerámica moldeadas, unos trozos de metal con mango y formas en su cabeza, y un trozo de carne chamuscada, con una salsa pegajosa bordeándola. No sabía como un cerdo crudo, ni siquiera como uno asado sin especias, ni sal. Sabía delicioso. Y eso fue lo peor de todo...

"Mamá, papá: no os preocupéis por mi. No me busquéis. No voy a volver. No soporto nada." Y desaparecí a media noche...

- Por suerte para mi propósito, yo era un niño rico. Odiaré esta existencia, pero tonto no soy y luché por sobrevivir. Necesitaba muchas medicinas, ropa, comida, coger un avión y pagar a alguien para que me llevara por todo su país. Y al fin llegué. A ese lugar, a ninguna parte, en medio de una selva, sin cielo que observar.

- ¿Cómo te las apañaste una vez allí? ...

Amanecía. Uno de los innumerables baches de la carretera me despertó. Debía ser "pronto". La selva se divisaba desde la lejanía. A mi derecha, el conductor parecía entretenido cantando una canción que había escuchado al menos cuatro veces en sueños. Cuando me dejó, no dejó de pronunciar con cara de alegría cosas que ni siquiera ahora sería capaz de recordar, aunque supongo que me estaría agradeciendo, pues doné todo mi dinero a su pueblo. Allí a donde iba no lo iba a necesitar. Se fue. Me adentré en la selva, y a medida que lo hacía el cielo desaparecía, todo se oscurecía. Sonidos de cintos de animales, insectos correteando por todos lados, y al final, junto a una cueva, encontré mi destino: los Uztheiig.

- Ellos me abrazaron, y todavía lo hacen a menudo, cuando despierto.

- ¿Y cuántos años han pasado? ¿Cuántos años tienes?

Salíamos a cazar todos los días. Me enseñaron a usar el arco y a bendecir, agradecer a la naturaleza por el utensilio que me proporcionaba para sobrevivir. Pero eso fue lo más fácil. Abandoné todo contacto con el exterior, me deshice de mi pasado y no llevé a aquel lugar ninguna cultura. Ellos tampoco la tenían, o al menos muy definida. Me vi obligado a crear nuevas palabras que no existían para ellos, y a aprender aquellas que ellos utilizaban. Creamos un idioma, aprendimos juntos. Fue hermoso. Y acabé olvidando el mio, el que solía hablar en el mundo artificial, que ahora visitaré al parecer. Me acostumbré a ir descalzo, y mis pies se hicieron fuertes, al igual que mi piel, resistente a todo tipo de veneno de la selva, pero débil al sol y al viento. Nunca salíamos fuera, nunca veíamos el sol. El reflejo del rocío de las mañanas nos avisaba de que era "pronto", y cuando este se apagaba empezaba el día, como yo solía llamarlo. No contábamos los días. No había relojes. No pasaban los años. El tiempo es muy relativo, y allí ni era eterno, ni era fugaz... allí el tiempo era la vida misma.

- No recuerdo cuantos años tengo. De hecho, perdió todo tipo de sentido para mi saberlo... como tampoco tienen sentido muchas de las palabras que ahora pronuncio, aunque sepa que son así, y en ese orden.

- ¿Recuerda muchas cosas de nuestro mundo?

El momento en que comprobaría que la decisión que tomé cuando era joven fue la más acertada de toda mi vida estaba a punto de llegar. Subía en aquel instante a un vehículo. Sí, lo recuerdo, las máquinas de contaminación. Me llevan ahora por una gran selva, de árboles rectangulares. Por el orificio de la caja llego a ver distintas tribus, caminando con prisas, todas vestidas igual con esas prendas tan raras, como la que me habían ofrecido al subir a la máquina. Veo también un montón de luces, por todos lados, y un montón de tablones en los que ponen nombres extraños. Sí, lo recuerdo, recuerdo la publicidad. Todo parecía un sueño, una mala pesadilla de hace muchísimo tiempo. Y recuerdo esta puerta.

- Te recuerdo a ti. Eres tú, ¿no? Mi viejo amigo...

- Sí. ¿Sabes ya por qué he ido a por ti hoy? Me lo pediste. Hoy es 31 de Diciembre del 2051.

Y tiene razón. Soy viejo, tengo arrugas. No recordaba mi rostro, y ahora parecía cansado, tal vez por la dura vida que allí he tenido... ¿O es que ese no era yo? No importa. He vuelto, tal como planeé... ¿y para qué? Dudo un instante. Mi antiguo amigo me ve mirando todo aquel lugar, el camino a la universidad, mi ropa, las escaleras, el salón, una caja llamada televisión... la enciendo, y veo anuncios... "... y por la compra de dos unidades, ¡la tercera te la regalamos nosotros! MediaPark, no somos tontos." Sí... "Contrata Cadena + Liga y podrás ver todos los partidos de la liga a un cómodo precio de veinte u.m." Los recuerdo... "Vente a PotaPhone y te regalamos un móvil de última generación, ¡y las llamadas por las tardes a mitad de precio! ¡Para toda la vida! ¡Sólo por viente u.m. al mes!" Y oigo un avión. Mi ex compañero me miraba sonriendo.

-Sabía que te gustaría volver. Lo has debido pasar muy mal allí todo este tiempo, pero no he podido ir antes a por ti, pues dejaste una serie de pistas y...

Río... Todo parecía un sueño, una pesadilla de hace mucho tiempo. Y sigo riendo... Antes de irme, vi el gran reloj digital de la estación: 20.51. Y hasta el día en que muera, seguiré riendo...

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