La banda

"¡CHUUUUU CHUUUUUUUU!", decía el más chulo de la banda, una banda de cinco niños, sosteniendo una sonrisa maléfica y una mirada satánica sobre el más débil. Mientras, el más rubio reía y corría de un lado para otro, inquieto, con el móvil en la mano... sólo era un mandado, un esbirro, pero con agallas; el más flaco temblaba y sudaba de terror, de un pánico sobrenatural, y miraba a derecha y a izquierda, buscando algo en el horizonte que esperaba no encontrar jamás; y la más guapa, alta y morena, con su lacito azul de niña buena en el pelo, y ojos marrones, pero lentillas azules, agarraba al más chulo del brazo y preparaba sus labios para el beso que esperaba, y que no llegaba todavía.

El más chulo se acercó al hierro. Hervía, se quemó la oreja y atizó al más rubio por reírse de él, y luego insistió. Creía ser el indio jefe, el que guiaba a su pueblo. Notaba el temblor de aquel material, aún distante. Mejor. Podían saborearlo. Se levantó y besó a la más guapa. El más rubio seguía correteando, con el móvil en la mano, apuntando a su banda y haciendo chistes que apenas tenían gracia. El más flaco, que había empezado a hablar, y a rogar, seguía inmóvil, sudando, aunque con la piel cada vez más fría y pálida. Parecía un vampiro. "Pareces un vampiro", dijo la más guapa justo antes de mirar con una sonrisa al más chulo, y justo después de dejar de besarle. Y el más chulo rió. El más débil sin embargo le entendía. Se lo decía con la mirada, y después siguió allí, mirando el azul cielo, azul, sin poder decir ni una sola palabra.
El más chulo volvió a agacharse. Notó las vibraciones más cerca que antes, y en su rostro se dibujó la más horripilante de las sonrisas. Rió pavorosamente. El más flaco siguió su risa, y la más guapa se mordía los labios mientras miraba los músculos del más chulo, que no llevaba camiseta en ese momento. Disfrutaban, pero no como cualquier niño en verano.

Era verano, y no jugaban con la pelota, ni se escondían los unos de los otros para no ser encontrados, ni se tiraban a ninguna piscina, ni trataban de levantar las faldas de las demás niñas, ni hacían todas las demás cosas que los niños a su edad, los de su misma clase solían hacer. Ellos disfrutaban, incluso más, sentían placer, desahogo, saciaban su sed. El más chulo nunca se había divertido de verdad. Lo decían sus padres, que siempre jugaba a la consola solo a esos juegos tan violentos que no estimulaban para nada su creatividad. Debieron saber más tarde que se equivocaban. Su hijo era creativo. No como el más rubio, sin personalidad, con esa cresta engominada que llegaba hasta el cielo y que lucía sólo porque un jugador de fútbol lo hacía, y con ese afán de hacer todo lo que le decía su, aunque en realidad nunca lo fue, mejor amigo. No como la más guapa, pues ella estaba por encima incluso del más chulo, le doblegaba, le hacía arrodillarse si a ella le apetecía, y él obedecía sin más. Ella entendía que las mujeres tenían el poder de someter a los hombres, y lo usaba. Nunca tuvo miedo. No como el más flaco, tan flaco y asustadizo, gafotas, muy inteligente, pero asustadizo, miedica, un trozo de pan endeble y pusilánime que temblaba en cuanto alguien se acercaba demasiado, y que nunca había hecho nada arriesgado en su triste vida. Pobre de él. Y pobre del más débil. Era huérfano. Sus padres murieron en un accidente de avión, aunque él no se enteró hasta que cumplió unos cuatro años más, cuando sus tutores legales fueron encarcelados por maltratar a la criatura, y se hicieron cargo sus tíos de su cuidado. Fueron ellos quienes se lo contaron. En el colegio los profesores eran buenos con él, las niñas no se acercaban por temor a las maldiciones y los más brutos le golpeaban. Un día nadie se acercó a él, y el más chulo, de lo que iba a ser la nueva banda, lo hizo. "Amigos", pensó.

No fue así...

Y el más flaco giró por última vez su cuello, hacia la izquierda, y allí quedó paralizado, sin atender al más débil ni a nadie, boquiabierto, con un moquillo colgando de su pecosa nariz, por la cual resbalaban sus gafas hasta caer al suelo y hacerse añicos, con los ojos vidriosos y oscuros, como aquellas nubes que señalan lluvia. El más rubio agitaba su frágil cuerpo, intentando hacer que volviera en sí, pero al no obtener respuesta miró directamente al más chulo, y le preguntó con la mirada, le insistió con la mirada, y por último la apartó de él, para dirigirla al suelo, justo enfrente suyo, y allí se quedó, con el móvil apuntando a aquel lugar. La más guapa dejó de humedecer sus labios, agarró más fuerte al más chulo y sostuvo un momento la duda antes de dirigirle la palabra, y cuando lo hubo hecho, el más chulo la soltó, la abofeteó y la arrojó al suelo, justo sobre el montón de cristales y jeringas que los yonkis y los borrachos vagabundos dejaban en aquel lugar cada noche. El más chulo sonreía, como había sonreído hasta ese preciso instante, o incluso más efusivamente, con las manos colgando y la chepa asomando, mirando hacia el más débil, impasible, tranquilo, disfrutando el momento. Y el más débil... pobre de él...
Miraba el cielo. Se fijó en que un avión lo cruzaba y pensó en sus padres, y en un dios misericordioso que le acogiera en su seno. Cerró los ojos lentamente a medida que perdía la capacidad de oír la risa maléfica del más chulo, los llantos del más flaco, los gritos de dolor de la más guapa y los pies danzarines del más rubio, que zapateaban sobre las piedras del suelo sin cesar. Y los cerró poco a poco, sin dejar de tener en su punto de mira aquel avión. ¡ChuUuUu CHUuUuUuUuU!. Se acercaba, y con un atisbo de esperanza, lo último que se pierde según dicen, trató de liberarse de aquellas cuerdas que le presionaban contra las vías, y mordió la camiseta sudada y maloliente del más chulo, pero no sirvió de nada. Y el tren, junto al chirrido de sus ruedas friccionando contra el hierro, pasó a más de cien kilómetros por hora por delante de las caras del más drogadicto, del más suicida, del más putero y de la más fea del lugar.

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