El poeta triste

El poeta triste
Alberto Glez Ivorra

Su nombre quedó olvidado, enterrado junto a sus libros, llenos de páginas viejas, manchadas, escritas con tinta negra, "...de color negro oscuro, como un cielo sin luz una noche fría de un incierto futuro... de tinta negra, como la muerte mía", llegaría a decir él mismo al principio de uno de sus libros. Vivió siempre solo, sin familia ni amigos, ni siquiera llegó a besar mujer alguna. Por no tener, no tenía ni enemigos... y ello mismo le hizo ser lo que jamás quiso hacer desaparecer. Hasta que un día dejó de ser lo que era.

Cuando era joven, a su padre lo asesinaron unos matones, al hombre le gustaba el juego y era reacio a pagar, y a su madre, que se encerró en un armario que nunca llegó a abrir nadie, la mató la locura. En soledad, siguiendo con su vida, acogido por la iglesia, donde más que cariño le propiciaron palizas y violaciones, recibió una educación paupérrima. Se dedicaba a observar el mundo y a escribir notas en su cuaderno. Era lo único que sabía hacer. Escribía sobre los golpes que recibía por parte de los demás niños, que eran mucho más grandes y fuertes, sobre la escasa comida que le daban y que le era expropiada enseguida...  Pronto, su dedicación a la escritura fue total. Comenzó a darle gracias al diablo por haberle regalado aquella tristeza, y aquella mísera vida que sufría, musa de su profunda e infinita inspiración.

Durante muchos años,  subía a los tejados más altos del lugar y pasaba varios días escribiendo desde allí. Se dedicaba a contemplar a la gente, rostro de los cuales inventaba, debido a que no veía con claridad lo lejano, e inventaba todo tipo de fantasías, todas ellas sobre muerte y destrucción, hombres que mataban mujeres, dioses que comían niños, curas que escupían fuego en cada sermón... seres infelices con vidas infelices. Era increíble la habilidad que tenía escribiendo. Ni él mismo se explicaba cómo podía elaborar tantos poemas al día, y pronto tuvo que buscarse un lugar fijo en el cual vivir y almacenar todos sus cuadernos. Así, eligió una torre vieja y abandonada, donde había un escritorio, muchas velas, una estantería, con libros viejos que usó para calentarse, y algunos baúles llenos de vestidos de seda, de mujer, los cuales tenía delante siempre que se masturbaba. Jamás reparó en su aspecto físico. Sólo le importaba escribir, danzar entre sus metáforas y rimas. Robaba lo que necesitaba. Un día consiguió una pluma. Antes de morir la partió y se la tragó.

Un día todo cambió. El mundo desde sus ojos se transformó. Se enamoró. Al principio le sirvió para escribir más poemas cargados de tristeza y desesperación, como todos aquellos que había escrito anteriormente, pero poco a poco fue encontrando algo nuevo que no había experimentado antes. Una vez sonrió. Otra, simplemente sintió su corazón latir fuertemente y un cosquilleo en el estómago, que le recorrió hasta la garganta. Llegaba a sentir como su boca  pedía a gritos con susurros y llantos los carnosos labios de la chica, y esa sensación le agradó. Al final optó incluso por acercarse a ella, y ni siquiera el rechazo fue suficiente para detener su felicidad, que se extendió como un virus, dominando todo su ser. Pero él no era consciente.

Y así fue como, cada vez más, lo escrito dejó de tener significado para él. La felicidad había invadido su ser y ya no encontraba sentido en aquello que constituía toda su vida, su pasado, sus recuerdos, su poesía... Dejó de ser lo que era. Era una noche fría. No había estrellas en el cielo... El poeta se suicidó.







El poeta triste
Alberto Glez Ivorra
(1ª Edición)

Su nombre quedó olvidado, enterrado junto a sus libros, llenos de páginas viejas, manchadas, escritas con tinta negra, "como negra es la noche y la muerte misma" llegaría a decir él mismo. Vivió siempre solo, sin familia ni amigos, ni siquiera llegó a besar a mujer alguna. Por no tener, no tenía ni enemigos... y ello mismo le hizo ser lo que jamás quiso dejar.

Cuando era joven, a su padre lo asesinaron unos matones, al hombre le gustaba el juego y era reacio a pagar, y a su madre, la mató la locura. En soledad, siguiendo con su vida, acogido por la iglesia, donde más que cariño le propiciaron palizas y violaciones, recibió una educación paupérrima. Se dedicaba a observar el mundo y a escribir notas en su cuaderno. Pronto, su dedicación a la escritura fue total. Comenzó a darle gracias al diablo por haberle regalado aquella tristeza, musa de su profunda e infinita inspiración.

Durante muchos años, subía a los tejados más altos del lugar y pasaba varios días escribiendo desde allí. Robaba lo necesario. Era increíble la habilidad que tenía escribiendo. Ni él mismo se explicaba cómo podía escribir tantos poemas al día, y pronto tuvo que buscarse un lugar fijo en el cual vivir y almacenar todos sus cuadernos. Así, eligió una torre vieja y abandonada, donde había un escritorio, muchas velas, una estantería y algunos baúles llenos de vestidos de seda, de mujer, los cuales tenía delante siempre que se masturbaba. Jamás reparó en su aspecto físico. Sólo le importaba escribir, danzar entre sus metáforas y rimas.

Un día todo cambió. El mundo desde sus ojos se transformó. Se enamoró. Al principio le sirvió para escribir más poemas cargados de tristeza y desesperación, como todos aquellos que había escrito anteriormente, pero poco a poco fue encontrando algo nuevo que no había experimentado antes. Una vez sonrió. Otra, simplemente sintió su corazón latir fuertemente y un cosquilleo en el estómago que le recorrió hasta la garganta haciendo que "mi boca pidiera a gritos con susurro de llantos la suya", y esa sensación le agradó. Al final optó incluso por acercarse a ella, y el rechazo no fue suficiente para detener su felicidad, que se extendió como un virus...
Y así fue como cada vez más, los poemas dejaban de tener significado para él. La felicidad había invadido su ser y ya no encontraba sentido en aquello que escribía, aquello que constituía toda su vida, su pasado, sus recuerdos... Era de noche. El poeta se suicidó.

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