lunes, 19 de enero de 2015

El testimonio de Lili

¿Conocéis la historia de la pequeña Lili? Algunos seguro que sí, como yo desde hace poco, otros supongo que imagináis su destino y el desenlace final de su vida tan solo con leer estas dos líneas, pero para los que no sepáis nada acerca de esta pobre criatura escribo con el corazón dentro de un puño este su testimonio. Antes que nada, no obstante, he de decir que tal vez se trate del texto más duro que haya escrito hasta el momento, aunque espero no herir los sentimientos de nadie.

Al inicio de su historia, Lili fue robada nada más nacer de las manos casi inertes de su madre cuando todavía no era capaz ni de reconocerla. Los primeros años de su vida los pasó encerrada bajo llave, alimentándose de las espesas y malolientes papillas que derramaban en el suelo para su deleite y con la escasa cantidad de agua que su diminuto cuerpo podía necesitar al día. Cuando los rasgos de su cara se definieron casi por completo el mundo entero podría haber llegado a ver a una pequeña adolescente alta y delgada, con unos ojos pequeños y marrones y una nariz chata algo divertida. Todos sus cabellos, de largos hasta los hombros, eran de color amarillo y tenía una piel rosada, aunque con un tono marrón que parecía naranja. Sus piernas eran largas y fuertes, y sus bracitos algo más cortos, aunque ella los apreciaba más que a nada en el mundo. Llegados a este punto, tendríamos que preguntarnos dónde estaba esa niña tan guapa, quién le habría hecho tal cosa y qué le depararía el futuro.

Pues bien, cuando creció lo suficiente como para no caber en la habitación donde pasó años encerrada lo siguiente que hicieron fue cortarle la mitad de los dedos de sus manos. Mientras le sujetaba por detrás un hombre enorme, de tamaño equivalente a la fusión de siete copias de la muchacha y con más fuerza de la que había visto jamás nadie en este mundo, el otro corpulento individuo le torció de golpe tres dedos de una mano a la vez, tres dedos de la otra después y, por último, se los cortó de cuajo con unas tijeras de podar, pero solo dos de ellos, dejando dos enteros y uno destrozado por cada palma. Claramente la niña se retorció de dolor, más aún era la primera vez que sentía algo parecido. Tiempo después el dolor físico se fue de su cabeza, quedando tan solo el recuerdo de aquello que ella tanto apreciaba antes, algo que le ayudaba a evadirse, volar y sentirse libre, y nuevas preocupaciones llegaron tras el viaje, un destino cercano, a tan solo dos puertas de allí, donde zarandearon su cuerpo al viento justo antes de lanzarle al suelo.

Lili acababa de llegar a una nueva y muy larga habitación. Era una nave descomunal. Allí debían caber, razonadamente, unas 800 personas de su misma edad o tamaño, pero si se excedía de ese número nadie tendría un sitio decente donde dormir y comer, un espacio vital al que la gente de fuera estaba más que acostumbrada a soportar, fíjate tú. Claramente ella contó a unas mil mujeres y a unos mil hombres de su misma edad, y no había hueco para todos, pero el problema duró menos de una semana. Al quinto día se abrió la gran puerta principal y el sol deslumbró al personal, y de allí emergió un gran vehículo, como una nave espacial increíblemente colosal. Varios hombres corpulentos bajaron de aquel mastodonte y Lili recordó al instante sus pobres dedos, sus brazos que ahora de poco le servían. Se le ocurrió observar por primera vez a los demás seres que con ella habitaban aquel siniestro lugar y, efectivamente, tenían tan solo cuatro dedos enteros y dos completamente inútiles, iban descalzos como ella y vestían con la misma ropa, un saco de patatas desgarrado y sucio, heredado de algún muerto que murió justo antes de entrar ellos. La pobre, dulce y preciosa muchacha de cabellos dorados y nariz peculiar cerró los ojos y abrazó a sus compañeros.

Las esperanzas de sobrevivir se desvanecían cada año que pasaba. La tierra seca magullaba la planta de sus pies, a veces perdía el equilibrio y se desplomaba de bruces contra ella. Los enormes vehículos siguieron llegando cada semana para hacer más hueco, para dar paso a nuevas generaciones de personas que sufrirían el mismo destino que ella. Cada vez que aquello ocurría todo el mundo corría hacia el otro extremo del largo almacén y condenaban con ello a los que no podían huir, a aquellos a los que les fallaban las fuerzas y no lograban ponerse en pie. Aunque a decir verdad, esos tenían suerte, pues su sufrimiento acababa justo pasados diez segundos. Uno de los hombres se acercaba a la persona que yacía tendida en el suelo, con unas piernas débiles, resquebrajadas por su interior, y sin contemplar demasiado a aquel ser le aporreaba vilmente con su horca. Tras el primer golpe con aquella herramienta todavía quedaban restos de conciencia en la persona que aún trataba de ponerse en pie, pero después del cuarto golpe ya no quedaba rastro de vida en él y era atravesado con las puntas de la horca de un lado a otro, rasgando el interior de su cuerpo y sus tripas, para ser depositado en el vehículo, ya inerte y con cuatro agujeros en su barriga.

La crueldad de aquellos bárbaros no tenía límites, y Lili no entendió durante el tiempo que pasó allí el por qué de sus actos, aunque tal vez seguía teniendo algo de tiempo para averiguarlo. Desde luego, no sería así la próxima vez, dentro de cinco días, cuando el camión regrese por última vez para ella, pues ha sido señalada por el mismísimo diablo y sentenciada a morir sin juicio ni condonación. La gran maquina transportadora de cadáveres llegó temprano. La, no tan joven ya, y no tan rubia ahora, sino más bien de pelo blanco, mujer llevaba varias semanas sin poder comer debidamente, pues preferían los más adultos dejar que los más pequeños comieran en primer lugar, y no había comida para todos. Los bebederos también eran insuficientes y el agua casi podría considerarse venenosa. Cuando se abrió la puerta el sol cegó a Lili, que se quedó inmóvil, incapaz de mover su cuerpo. Su única salida cuando recuperó la conciencia era arrastrarse, agarrando la tierra con sus cuatro dedos, y lograr alcanzar la masa de gente que había logrado escapar, pero comprendió que sería en vano.

Avanzó unos diez metros, dejando atrás a otros compañeros que no podían ni mover sus brazos y vio como los mataban, como les golpeaban con las horcas ensangrentadas, como atravesaban con ellas los cuerpos pálidos que eran elevados hasta el camión y cómo proseguían su batalla animal contra ella. Pero no fue el fin, por desgracia. Uno de los gigantes seres señaló a Lili para que otro se ocupara de ella, uno que no llevaba horca en las manos, mientras él atravesaba el cuerpo, aún con vida, pues había olvidado apalearle primero, de la persona más cercana a ella. Los gritos de aquel ser vivo resquebrajaron el corazón y el alma de las casi dos mil personas que allí permanecieron inmóviles viendo aquella atrocidad, pero al hombre de la horca no le tembló ni un músculo y dejó que se desangrara viva dentro del camión junto al resto de cadáveres. En cuanto a Lili, aquel otro gigantesco hombre le partió una de las rodillas de un solo pisotón.

El destino de la pobre mujer de pelo blanco está a punto de terminar, pero como es un testimonio y todavía no ha sucedido no se puede contar, de momento, el final. Lo único que podemos hacer es adelantar acontecimientos y prever lo que ocurrirá. Así, los grandes seres que le aprisionaban decidieron dejar montones de comida a su alrededor, sabiendo que comerá hasta que no pueda más, con ansia, almacenando toda la energía posible, pues no podrá moverse de allí por más que quiera hacerlo. Y al quinto día entrará de nuevo el diablo con sus secuaces por la gran puerta y ya no habrá escapatoria. Lili se sentará frente a ellos esperando con los ojos bien  abiertos, respirando profundamente y moviendo los brazos lo más fuerte que pueda, cerciorándose de que no le darán por muerta y lanzarán tres o cuatro golpes antes de lanzar la estocada.

Y ese, en ese preciso instante, inevitablemente será su fin. O no.

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Querido lector, dime con sinceridad cuán descabellada resulta esta historia. ¿Crees que me he vuelto loco, que se me ha ido la cabeza, que soy un chico perturbado? Antes, con el permiso de "Igualdad Animal", deja que ilumine un poco tus ideas con un vídeo de tan solo tres minutos, cambia las palabras pertinentes y recuerda que nosotros somos la raza más cruel.


Si no sale la ventana con el vídeo o tenéis algún problema para reproducirlo: "La historia de Lili" en YoutTube o http://goo.gl/1EyOQj

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