sábado, 14 de diciembre de 2013

Larissa

Hace ya algún tiempo quise compartir mis sentimientos. Hoy retomo lo que escribí en su día y decido que este es el día señalado.

Lo he perdido. Por el camino resbaló de mis manos, la pluma y el papel, y se perdieron. Precipitaron por las escaleras que tenían forma de caracol, y aún la veo, y aún lo veo, pero ruedan hacia abajo, donde la oscuridad del fondo se confunde con la de los escalones. Se adentran en la densidad oscura y se pierden. Lo que una vez me ayudó a levantar la cabeza, a hacerme sentir bien, aquello que despertó en mí un atisbo de esperanza y sosiego, un amor a la escritura, a las palabras y a la reflexión se ha esfumado, y he tardado lo mismo en admitirlo que en darme cuenta, porque cuando te topas con lo que más feliz te puede hacer en la vida, nada queda para las palabras, ni nada queda para las historias imaginarias, pues todo depende ahora de la realidad. El sol por fin brilla, no hay nubes en el cielo, y la brisa es fresca, entra por mi nariz y purifica mis pulmones. Lo sé porque al fin estoy fuera y lo puedo ver, lo entiendo porque al final de toda esta historia la puedo sentir. Los mejores días de mi vida suenan con Bryan Adams en Spotify y yo no puedo ser más feliz. Un último contacto con el papel, un último roce con la pluma, para escribir lo que perdurará en el tiempo hasta que mi cuerpo fallezca y mi alma deje de pertenecerle, para decir las únicas dos palabras de las cuales puedo asegurar con toda seguridad que jamás retiraré, de las que jamás me arrepentiré, las que me lo dan todo cada día, día tras día, porque dejó de ser una obligación a ser un objetivo, y una necesidad, y es que le quiero. Le quiero como no podré querer a nadie en esta vida. Porque está aquí, a mi lado, tan hermosa, iluminada por el sol y embriagada por la brisa, y eso no puede hacerme sentir mejor. Le he encontrado. Te quiero. Te amo

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